sábado, 21 de febrero de 2015

Santurce 1

Hace un tiempo, para la clase de inglés me mandaron hacer un ensayo sobre quién yo era y como mi pasado me había hecho quien era hoy día. Un inglés bastante ridículo. Era inglés “avanzado”, pero todo lo que leímos, yo ya lo había dado en la escuela superior.  Creo que yo hubiese dado una mejor clase. Al menos hubiese sido más entretenida. La profesora no tenía ningún tipo de sentido del humor, y mis compañeros poco creativos. Ella pedía uno o dos párrafos, pero yo siempre terminaba con 2 páginas. Todos mis ensayos eran pequeños  “stand ups”, y todos se reían, menos ella. Creo que le hacía falta “cariño”, aunque eso es relativo. Yo llevo un año y tres meses sin “cariños” y sigo con muy buen humor.

Pero volviendo, tenía que hacer un ensayo de quién yo era y de donde venía. Esto era un trabajo que aparentaba ser sencillo, pero teniendo en cuenta que a mí no me gusta hablar, ni escribir (estoy siendo sarcástica), me remonté a mis recuerdos más antiguos. Cerré los ojos, y me vi chiquitita, en el patio de casa de abuela Carmita, en Valencia, jugando con el fango que se formaba debajo de unos cilindros de cemento que delineaban el jardín. Siempre tuve guille de chef, y ahí era que montaba mi pequeño restaurante. Hacía tortillas de fango, y sopa de pétalos de Cruz de Marta.

Recordé a Don Alberto, que tenía un tic en el brazo luego de un infarto y parecía que tocaba guitarra. Don Alberto pasaba por casa de abuela a saludarla todos los días, y a darme 30 centavos para que me comprara dulces en la tienda de Nenuco. Si, en aquella época, con 30 centavos, te podías comprar varios chicles PAL, caramelos de dulce de leche, los dulces de caramelo y maní que eran como galletitas y Sugar Daddys. Tampoco existía la constante preocupación de que un viejito dándole dinero a una niña podía ser un signo de pedofilia. Eran otros tiempos. La preocupación era que te robaran en un mall, o saliendo de la escuela. En casa eso no les preocupaba, pues según mami, a las dos horas me devolvían porque yo no iba a parar de hablar y se iban a marear. Y yo no sé qué tanto hablaba ella, si mami NO se calla la boca, aunque es la única que no habla dormida. De paso, siempre pensé que Don Alberto le gustaba abuela, y por eso iba a verla. Yo una vez le pregunté a ella si él iba a ser mi abuelo, y después de darme un cocotazo me dijo que si ella se casaba de nuevo, no iba a ser con Don Alberto, sino con un viejo que estuviera más joven y capacitado.

También me remonté a Santurce. Yo estudié en una Academia bien colorida que está en la 19. No tengo los mejores recuerdos dentro de la escuela, pero antes de entrar a las 7:45 de la mañana y al salir a las 2 de la tarde, Santurce se convertía en el patio de abuela. Papi nos dejaba bien temprano en la escuela. Ya a las 6 de la mañana, Fernando (mi hermano, el del medio, que me lleva 9 años…si si, yo crecí entre viejos. Por eso me llevo mejor con la gente mayor, me gustan las doñis, y regaño al vecino por poner música alta) me cruzaba a Margarita, a desayunar bocadillo con jugo de Guavapiña, pero cuando venían en la cajita de cartón, de esas imposibles de abrir. Margarita no era un sitio muy limpio. Una vez mi hermano encontró una cucaracha dentro del bocadillo, luego de haberle dado un ñaqui. Fina y Potín tampoco era muy limpios que digamos. A mí me gustaba mucho ir hablar con el viejito español cascarrabias de la farmacia Olimpo, claro, que cuando empezaba a molestar mucho, me botaba de la farmacia. Ya en la tarde, tenía que ir a casa de abuela Paulina, en la 24. Mami le daba a mi hermano dinero para irnos en la AMA hasta la 24, pero a Fernando le gustaba guardar el dinero y comprarse una Mallorca en la tarde, no me daba nunca, y me hacía caminar hasta casa de abuela Paulina. Ferdin (mi hermano mayor) era más nice en eso. Él no me hacía caminar, y si de casualidad teníamos que ir caminando, el me llevaba a caballito.

Ir por la Ponce de León era una aventura. La primera parada era González Padín, donde ahora esta una oficina de ASUME creo. Siempre entrabamos a coger un poco de aire acondicionado, ver los discos, íbamos al área de cocina, o al salón para que Fernando se recortara con Minerva. También visitábamos a la abuelita de Javier Garrote, que era la supervisora en cosméticos, y siempre me regalaba muestras de perfumes. Ese González Padín jugó un papel bien importante en la vida de toda mi familia. Mami era una chica González Padín. De esas doñas cachendosas. Todo se compraba en Padín. El día que lo cerraron, mami fue a llorarlo como si se le hubiese muerto un familiar. Creo que ella, después de los González Padín, ha sido quién más ha sufrido esa pérdida.

Después de González Padín, la parada obligatoria era Fancy, donde está ahora Librerías AC. En Fancy no se podía tocar nada. Era como ir a Mónaco en Plaza Las Américas. Era de esos sitios donde se “Se toca con los ojos y se mira con las manos”. Yo me desesperaba mucho, porque no podía tocar nada, no podía moverme, no podía ni mirar para el lado, pero Fernando estaba obsesionado con un busto de Nefertiti, y pasaba todos los días a mirarlo y soñar con él. Al lado de Fancy había una tienda de ropa de mujer, que era de unos hindúes. Valga señalar, que de las pocas cosas que quedan iguales a cuando yo era chiquita, en la Ponce de León, es esa tienda. Aún está allí, aunque no creo que sean los mismos dueños. Esa tienda y National. Claro, National era más grande. Ahí trabajaba la mamá de Sarah, una españolita que la cuidaban donde yo pasaba la tarde esperando a que mi padres nos fuesen a buscar. National siempre tenía un reguero, y los pasillos eran bien estrechitos.  Había que caminar con cuidado para no tumbar los potes de habichuelas. De ahí, parábamos en la cafetería que estaba frente al Cobian Plaza para que Fernando se comiera su Mallorca. Fernando nunca me daba de su Mallorca. Me decía que era lo único que iba a comer en todo el día, pero eran mentiras. Después en casa de abuela se hartaba, y en casa también.

Bajábamos por la Bolívar hasta llegar al cruce con la Fernández Juncos. Justo en la Bolívar, frente a las oficinas de “Gato Negro”, Fernando me dio 3 nalgadas cuando estaba en primer grado. Tengo que aclarar que yo colecciono piedras. De toda la vida. Siempre andaba mirando para el piso y recogiendo piedras. Bueno, pues Fernando me dio las nalgadas porque ese día, nos había tocado recreo en el parque Belavar, y yo recogí una funda de piedras. Como se me podía romper, decidí dejar los libros en el salón, y echar las piedras en el bulto. Luego de haber recorrido la mitad del camino, le dije a Fernando que el bulto pesaba mucho. El decide cargarlo y cuando lo coge me dice “coño, esa Mrs. Huyke es una abusadora. Que mucho trabajo mandó hoy! Este bulto parece que tiene piedras!”. Yo no contesté nada, pero ya bajando por la Bolívar, tenía la espalda esbaratá, y decide sacar par de “libros” para que no le doliera tanto. Cuando abrió el bulto, se dio cuenta de que, efectivamente el bulto estaba lleno de piedras y me zumbó para de cantazos. Justo en ese momento, una mujer subía en su carro y le gritó: “Canto’ ‘e abusadorrrr!!! Dándole a esa nena!!!!!”. Fernando tuvo su momento yal y le gritó “abusadora ella! Que llena el bulto de piedras y me pone a cargarlas!!”. Ese día se me quitaron las ganas de dejar los libros y cargar piedras en cuantiosas cantidades.

Después de cruzar la Fernández Juncos, pasábamos frente a San Vicente, colegio del cual pasé a ser parte por dos años, 6to y 7mo grado, pero luego volví a Sagrado. Y pasábamos frente a un pequeño almacén que tenía un letrero que decía “Brillantina Alka”. Vendían materiales de escuela y los sobres manilas de “Sorpresas”. Ya después del almacén, había una casa con los chihuahuas más feos y alborotosos del mundo. Ahí vendían Cheetos y Frito Lays. Doblábamos por la calle Nueva, y a unos pasos estaba el Residencial San Juan Bautista, done vivía mi abuela Paulina, mi nana Tite, mi tía Mary. Donde mi madre se crió, y nos criamos nosotros.



Continuará….

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