Hace un tiempo, para
la clase de inglés me mandaron hacer un ensayo sobre quién yo era y como mi pasado me había hecho quien era
hoy día. Un inglés bastante ridículo. Era inglés “avanzado”, pero todo lo que
leímos, yo ya lo había dado en la escuela superior. Creo que yo hubiese dado una mejor clase. Al menos
hubiese sido más entretenida. La profesora no tenía ningún tipo de sentido del
humor, y mis compañeros poco creativos. Ella pedía uno o dos párrafos, pero yo
siempre terminaba con 2 páginas. Todos mis ensayos eran pequeños “stand ups”, y todos se reían, menos ella. Creo
que le hacía falta “cariño”, aunque eso es relativo. Yo llevo un año y tres
meses sin “cariños” y sigo con muy buen humor.
Pero volviendo,
tenía que hacer un ensayo de quién yo era y de donde venía. Esto era un trabajo
que aparentaba ser sencillo, pero teniendo en cuenta que a mí no me gusta
hablar, ni escribir (estoy siendo sarcástica), me remonté a mis recuerdos más
antiguos. Cerré los ojos, y me vi chiquitita, en el patio de casa de abuela
Carmita, en Valencia, jugando con el fango que se formaba debajo de unos
cilindros de cemento que delineaban el jardín. Siempre tuve guille de chef, y
ahí era que montaba mi pequeño restaurante. Hacía tortillas de fango, y sopa de
pétalos de Cruz de Marta.
Recordé a Don Alberto,
que tenía un tic en el brazo luego de un infarto y parecía que tocaba guitarra.
Don Alberto pasaba por casa de abuela a saludarla todos los días, y a darme 30
centavos para que me comprara dulces en la tienda de Nenuco. Si, en aquella
época, con 30 centavos, te podías comprar varios chicles PAL, caramelos de
dulce de leche, los dulces de caramelo y maní que eran como galletitas y Sugar
Daddys. Tampoco existía la constante preocupación de que un viejito dándole dinero
a una niña podía ser un signo de pedofilia. Eran otros tiempos. La preocupación
era que te robaran en un mall, o saliendo de la escuela. En casa eso no les
preocupaba, pues según mami, a las dos horas me devolvían porque yo no iba a
parar de hablar y se iban a marear. Y yo no sé qué tanto hablaba ella, si mami
NO se calla la boca, aunque es la única que no habla dormida. De paso, siempre
pensé que Don Alberto le gustaba abuela, y por eso iba a verla. Yo una vez le
pregunté a ella si él iba a ser mi abuelo, y después de darme un cocotazo me
dijo que si ella se casaba de nuevo, no iba a ser con Don Alberto, sino con un
viejo que estuviera más joven y capacitado.
También me remonté a
Santurce. Yo estudié en una Academia bien colorida que está en la 19. No tengo
los mejores recuerdos dentro de la escuela, pero antes de entrar a las 7:45 de
la mañana y al salir a las 2 de la tarde, Santurce se convertía en el patio de
abuela. Papi nos dejaba bien temprano en la escuela. Ya a las 6 de la mañana,
Fernando (mi hermano, el del medio, que me lleva 9 años…si si, yo crecí entre
viejos. Por eso me llevo mejor con la gente mayor, me gustan las doñis, y
regaño al vecino por poner música alta) me cruzaba a Margarita, a desayunar
bocadillo con jugo de Guavapiña, pero cuando venían en la cajita de cartón, de
esas imposibles de abrir. Margarita no era un sitio muy limpio. Una vez mi
hermano encontró una cucaracha dentro del bocadillo, luego de haberle dado un
ñaqui. Fina y Potín tampoco era muy limpios que digamos. A mí me gustaba mucho
ir hablar con el viejito español cascarrabias de la farmacia Olimpo, claro, que
cuando empezaba a molestar mucho, me botaba de la farmacia. Ya en la tarde,
tenía que ir a casa de abuela Paulina, en la 24. Mami le daba a mi hermano
dinero para irnos en la AMA hasta la 24, pero a Fernando le gustaba guardar el
dinero y comprarse una Mallorca en la tarde, no me daba nunca, y me hacía
caminar hasta casa de abuela Paulina. Ferdin (mi hermano mayor) era más nice en
eso. Él no me hacía caminar, y si de casualidad teníamos que ir caminando, el
me llevaba a caballito.
Ir por la Ponce de
León era una aventura. La primera parada era González Padín, donde ahora esta
una oficina de ASUME creo. Siempre entrabamos a coger un poco de aire acondicionado,
ver los discos, íbamos al área de cocina, o al salón para que Fernando se
recortara con Minerva. También visitábamos a la abuelita de Javier Garrote, que
era la supervisora en cosméticos, y siempre me regalaba muestras de perfumes. Ese
González Padín jugó un papel bien importante en la vida de toda mi familia. Mami
era una chica González Padín. De esas doñas cachendosas. Todo se compraba en
Padín. El día que lo cerraron, mami fue a llorarlo como si se le hubiese muerto
un familiar. Creo que ella, después de los González Padín, ha sido quién más ha
sufrido esa pérdida.
Después de González
Padín, la parada obligatoria era Fancy, donde está ahora Librerías AC. En Fancy
no se podía tocar nada. Era como ir a Mónaco en Plaza Las Américas. Era de esos
sitios donde se “Se toca con los ojos y se mira con las manos”. Yo me desesperaba
mucho, porque no podía tocar nada, no podía moverme, no podía ni mirar para el
lado, pero Fernando estaba obsesionado con un busto de Nefertiti, y pasaba
todos los días a mirarlo y soñar con él. Al lado de Fancy había una tienda de
ropa de mujer, que era de unos hindúes. Valga señalar, que de las pocas cosas
que quedan iguales a cuando yo era chiquita, en la Ponce de León, es esa
tienda. Aún está allí, aunque no creo que sean los mismos dueños. Esa tienda y
National. Claro, National era más grande. Ahí trabajaba la mamá de Sarah, una
españolita que la cuidaban donde yo pasaba la tarde esperando a que mi padres
nos fuesen a buscar. National siempre tenía un reguero, y los pasillos eran
bien estrechitos. Había que caminar con
cuidado para no tumbar los potes de habichuelas. De ahí, parábamos en la cafetería
que estaba frente al Cobian Plaza para que Fernando se comiera su Mallorca.
Fernando nunca me daba de su Mallorca. Me decía que era lo único que iba a
comer en todo el día, pero eran mentiras. Después en casa de abuela se hartaba,
y en casa también.
Bajábamos por la Bolívar
hasta llegar al cruce con la Fernández Juncos. Justo en la Bolívar, frente a las
oficinas de “Gato Negro”, Fernando me dio 3 nalgadas cuando estaba en primer
grado. Tengo que aclarar que yo colecciono piedras. De toda la vida. Siempre
andaba mirando para el piso y recogiendo piedras. Bueno, pues Fernando me dio las
nalgadas porque ese día, nos había tocado recreo en el parque Belavar, y yo
recogí una funda de piedras. Como se me podía romper, decidí dejar los libros
en el salón, y echar las piedras en el bulto. Luego de haber recorrido la mitad
del camino, le dije a Fernando que el bulto pesaba mucho. El decide cargarlo y
cuando lo coge me dice “coño, esa Mrs. Huyke es una abusadora. Que mucho
trabajo mandó hoy! Este bulto parece que tiene piedras!”. Yo no contesté nada,
pero ya bajando por la Bolívar, tenía la espalda esbaratá, y decide sacar par
de “libros” para que no le doliera tanto. Cuando abrió el bulto, se dio cuenta
de que, efectivamente el bulto estaba lleno de piedras y me zumbó para de
cantazos. Justo en ese momento, una mujer subía en su carro y le gritó: “Canto’
‘e abusadorrrr!!! Dándole a esa nena!!!!!”. Fernando tuvo su momento yal y le
gritó “abusadora ella! Que llena el bulto de piedras y me pone a cargarlas!!”. Ese
día se me quitaron las ganas de dejar los libros y cargar piedras en cuantiosas
cantidades.
Después de cruzar la
Fernández Juncos, pasábamos frente a San Vicente, colegio del cual pasé a ser
parte por dos años, 6to y 7mo grado, pero luego volví a Sagrado. Y pasábamos frente
a un pequeño almacén que tenía un letrero que decía “Brillantina Alka”. Vendían
materiales de escuela y los sobres manilas de “Sorpresas”. Ya después del
almacén, había una casa con los chihuahuas más feos y alborotosos del mundo.
Ahí vendían Cheetos y Frito Lays. Doblábamos por la calle Nueva, y a unos pasos
estaba el Residencial San Juan Bautista, done vivía mi abuela Paulina, mi nana
Tite, mi tía Mary. Donde mi madre se crió, y nos criamos nosotros.
Continuará….
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