Era un día caluroso. Maquiavelo y Félix se disponían a escaparse del apartamento. No tenían más nada que hacer. Sus dueñas habían salido a trabajar como de costumbre. Era la historia repetitiva de los últimos meses. Se levantaban temprano, los saludaban y luego de un poco de mimos, desaparecían por la puerta hasta entrada la noche. Era en esos momentos en que los dos gatos dejaban el montaje y eran los mejores amigos del mundo. Habían decidido, por influencias de Félix que era el más viejo, en no llevarse bien delante de las amas, para que siempre les dieran la misma atención a ambos.
“Si les hacemos creer que no nos queremos, siempre nos darán las mismas atenciones, para no crear “celos” entre nosotros.” - Félix comentó al tercer día de conocerse.
“Tu crees? Yo realmente no se nada. Es la primera vez que estoy con una dueña fija. Estos primeros meses de vida los he pasado de zafacón en zafacón, y de marquesina en marquesina.” – le respondió el pequeño Maquiavelo.
Todos estos meses el plan se había logrado a cabalidad. Por el día jugaban juntos. Corrían por el apartamento. Félix le enseñaba a Maquiavelo como cazar lagartijos y cucarachas. A veces se acostaban en las camas a ronronear luego de haber comido, no solo su comida, sino la de los gatos vecinos. Se habían convertido en un tremendo dúo gatuno. Pero por las noches, se trataban a distancia. Félix hacía como que iba a morder al indefenso Maquiavelo si se le acercaba, y este se tumbaba al piso haciéndose el muerto, como un perro, algo que Félix siempre le corregía al otro día. “No somos perros. No nos hacemos los muertos, ni nos buscamos la cola. Eso lo hacen ellos, que no son inteligentes y autosuficientes como nosotros.”
Habían estado muy pendientes de que las amas dejaran una puerta o ventana abierta, desde que encontraron a Maquiavelo enganchado entre una ventana y la reja, en plan de escape, las amas había cerrado todo. Solo abriendo las ventanas cuando ellas estaban en el apartamento. Estaba totalmente prohibido que Maquiavelo saliera. No estaba vacunado, a demás de que estaba convirtiéndose en un gato elegante, limpio, casero. Poco a poco había dejado ese porte de gato de callejón con el que había llegado, pero le hacía falta salir a la calle. Ver los alrededores de su nuevo hogar. Félix sabía que podía ser peligroso. “Si peleas y te muerden, te vas a enfermar”. Pero ya estaban cansado de pasar lo días encerrados. Querían cazar, pero en otros patios. Sentir el calor de la brea en sus patas.
Ese día las amas se descuidaron, y dejaron la puerta del patio entreabierta. “Hoy es el día. Estas niñas se han vuelto locas. Encerrándonos aquí, con la calor que hace.” Luego de comer, y abastecerse de agua. Félix y Maquiavelo salieron al patio. “Que bien se siente el fresco de la brisa. Hace tiempo que no sentía el sol en mi pelaje” comentó Maquiavelo. Comenzaron a trepar los pequeños arboles y matas que rodeaban el patio. La brisa soplaba un poco más fuerte. Envueltos en sus juego, y el disfrute de esta libertad clandestina, no se dieron cuenta que el viento cerró la puerta del patio.
“Estamos fritos” dijo Maquiavelo. “Ahora si las he enliado. Me dijo que no me saliera, que me iban a castigar con baño si me escapaba. No me quiero bañar Félix. Me rehúso! Los perros son lo que tienen que bañarse. Yo soy un gato. Somos gatos! No necesitamos baños, ni oler a flores”. Comenzó a sentir pánico. “Y si no llegan? Si se molestan y nos abandonan? Yo no puedo vivir en un zafacón. Me han cortado las uñas, como me voy a defender si otro gato me ataca?”
“Mantén la calma chico, que todo va a salir bien.” Se limitó a decir Félix.
“Pero estás loco! Que llegan y nos ven aquí, nos castigan con baño” repetía Maquiavelo.
“Querías salir no? Pues ya. Estás a fuera. Disfruta mientras podamos, que ya yo averiguaré la forma de entrar”.
Maquiavelo respiró hondo. En parte Félix tenía razón. Ya estaba a fuera. Que más podía pasar? Poco a poco comenzó a respirar mejor. Un baño no es tan malo, y con estos calores…pensó. Comenzó a treparse en una de las palmitas que había. Quería llegar al tope, pero aún era muy pequeña y cada vez que lo intentaba, volvía al piso. Félix lo miraba, y reía por dentro. Se veía en el pequeño Maquiavelo cuando era un gatito pequeñito y travieso. Ya era viejo, un poco más sabio y listo.
Luego de estar toda la tarde correteando por el patio, trepando arboles y cazando lagartijos en la naturaleza, y no dentro de las cuatro paredes como era usual, el sol comenzó a caer. Maquiavelo había olvidado por completo que ya era hora de buscar como volver a entrar. Félix se lo recordó. “Ya es hora. Mientras tú estabas como un demente buscándote la cola, como un perro, se me ocurrió que podemos entrar por la ventana del baño. Te va a dar un poco de trabajo, porque es un poco alto, pero si me sigues podremos entrar sin problemas.” Félix se acercó a la ventana. Era grande, y llegaba al techo. Poco a poco comenzó a ascender por la reja. “Sígueme, que no te pasará nada”. Subió, y subió, y el pequeño Maquiavelo lo seguía, con un poco de miedo, pero disfrutando cada segundo. Mientras más alto subía, su corazón latía más rápido. Ya estamos llegando.” Félix entreabrió un poco la hoja de la ventana con su cabeza. “Vamos, dale rápido, están por llegar. Yo voy a abrir la ventana y tú entra. Es poco probable que me bañen a mi si me ven a fuera”. Maquiavelo apresuró el ascenso. Se escurrió por la ventana y le dijo a Félix “te veo horita”.
Félix bajo a toda prisa la reja, “están por llegar, están por llegar”. Brinco del alero de la ventana al piso. Cruzo el pequeño patio, y trepó la verja que dividía el mismo de una marquesina que no se usaba. Otro brinco al piso. Respiró profundo, ya estaba viejo para estos juegos. Corrió por la marquesina, y salió a la calle. Le dio la vuelta al apartamento, y se apresuró hacia la puerta. Ya llego, ya llego, pensó. Y justo cuando se sentó frente a la puerta, escucho el motor del carro acercarse. Un minuto. Pasos suenan, poco a poco más cerca. “Félix! Como te saliste? Si yo cerré todo” dijo un de las amas. Abrió la puerta y entró. Maquiavelo comenzó a correr en su dirección, y justo unos tres pies de distancia, Félix maulló. Levantó su lomo y levanto su pata. Maquiavelo paró en seco, y se hizo el muerto.
“Ay, son tan adorables los dos. Cuando se van a hacer amigos por fin?” dijo la ama al verlos. Sonrió y se dio la vuelta. Mientras se alejaba al baño comentó: “Maqui tu como que hueles a chinchecito, y te hace falta un baño”.
“No me salvo ni aunque haga trampas” pensó el pequeño gato.
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