martes, 28 de julio de 2015

Abuela Carmita y su corned beef frito con cebollas...

Todo el mundo piensa que yo me parezco mucho a mami, pero realmente a quién me parezco es abuela Carmita, la mamá de papi. Quizás no en el físico, pero estos bracitos son “pura Carmita” según mami.
Abuela era todo un personaje, como yo. Carmen María Eugenia Morales Roldán, nació un 16 de junio de 1917, en Cayey, la tierra de Wisin y Yandel, algo que le daría una vergüenza terrible. Siempre me contaba cuando venía un huracán, fenómeno atmosférico que ella adoraba, que cuando ella era pequeña y vino San Felipe, veía desde la casita de madera en que vivía, como el huracán se llevaba volando sus únicas dos muñecas de trapo. Me contaba esta historia con una fascinación, y yo solo pensaba en muñecas volando y enredándose en los árboles.
Cuando era pequeña, abuela vivía en la casa de Valencia, y era quién me cuidaba. La rutina era que papi y mami me dejaban al amanecer de Dios allí, y después al caer la tarde pasaban a buscarme. Durante la mañana, abuela me daba café, algo que era totalmente innecesario cuando uno tiene 3 años. También me daba buches de arroz crudo, para que fortaleciera los dientes. No sé de donde ella sacó esa idea loca, pero por muchos años, me echaba buches de arroz crudo en la boca porque abuela me los daba y para mí, eso era bastante normal.
Abuela jugaba conmigo a las mamás. Ella era la hija, y me decía que se quería ir a jugar a la calle e ir a la playa. Yo, aparentemente de toda la vida, le tenía miedo a la playa y al mar, y le decía que se fuera sola, pero que si se ahogaba no era mi problema.
Abuela tenía un semi pretendiente en la urbanización, Don Alberto. Don Alberto pasaba todas las mañanas a saludarla, y me daba 30 chavos para comprar dulces en Nenuco. Nenuco realmente se llamaba Aníbal, pero por alguna razón, abuela le puso Nenuco, y se quedó así. Ella como yo, o Michael Scott, siempre buscaba un sobrenombre para poder identificar a la gente. Nenuco, el Ñamecito, la Salchichita, y por ahí seguía. Don Alberto tenía un tick en el brazo después de un derrame que le dio. Yo le preguntaba a ella si Don Alberto era su novio, y me decía que si se iba a buscar un novio, se buscaba uno que pudiese con ella, y estuviese en mejores condiciones físicas. Abuela era brava!
Abuela tenía un gran parecido con Lolita Lebrón, pero era más penepé que Ferré, así que decirle que se parecía a Lolita era un insulto de gran escala. Penepé y Testigo de Jehová.
Sus frases eran “Eso está de los más cinco y diez”, “Ay madre del verbo” y “ay Jehová”.
Abuela me llevaba con ella hacer compra al Conchita, que ahora es un Plaza Loiza, ahí en la Barbosa. Ibamos con un carrito de compra de esos de viejita que ella tenía. En la ida, me llevaba dentro del carrito, pero ya a la vuelta, tenía que venir caminando. Claro, que de regreso siempre parábamos en Las Babitas a comer pollo. Las Babitas era un chinchorro que vendían cajitas de pollo con papas. Abu le decía Las Babitas porque y que las papas eran mongas y parecían babas.
Abuela comía cerdo todos los días, esa fue una de las razones para su gordura. Tenía unos brazos bien bien mulliditos, y les colgaba el chichito, que yo me pasaba jugando con él y a ella le molestaba. Yo le decía “ay abuela, es que tú tienes los bracitos tan gorditos y blanditos que a mí me gusta apretarlos y jugar con ellos” a lo que ella me decía “mira nena, yo no soy muñeca para que juegues conmigo, y menos con  mis brazos”. Ahora, que he heredado sus bracitos mulliditos, odio que me vengan a jugar con el bracito y el chichito.
La cuestión del cerdo era un problema para nosotros. En casa eran adventistas, y le tenían terminantemente prohibido darnos chuletas, jamón, tocineta, o cualquier derivado del cerdo. Pero abuela no hacía caso. Nos hacía unas chuletas fritas más buenas! Cuando mami llegaba en la tarde, me preguntaba que había comido. Siempre le decía “chuletas”, aunque fuera mentira, solo por verla ponerse histérica con que íbamos a ir al infierno.
Abuela, luego de muchos muchos años, se encontró con Angélico, que fue su primer novio según cuenta la leyenda. Le pidió matrimonio, ella dijo que si, y se casaron en la casa de Valencia. Yo tenía 4 años, y me iban a matricular en Lourdes, pero como abuela se mudaba para Cupey, me pusieron en Sagrado, con mis hermanos. Creo que fue lo mejor. Yo no me imagino siendo yo, y no haber estudiado en Sagrado.
Recuerdo la primera vez que fui a la casa de Cupey. Estaba completamente anonadada, porque Angélico, en la pared de su oficina, tenía un cuadro de una mujer vestida con un traje de luces de torero, y con una teta por fuera. Me paré frente al cuadro junto a papi, agarrándole la mano y le dije “Papi, que tu vez en el cuadro?” y me dijo “Pues mama, yo estoy viendo el traje de la torera”. Yo le contesté bien segura “Pues yo le estoy viendo la teta. Tu no la vez? Por qué Angélico tiene una mujer con la teta por fuera en su oficina?” Papi como siempre, no supo que responder, y le pegó un grito a mami. Cada vez que iba a la casa de Cupey, tenía que ir a la oficina y mirar el cuadro.  
Ahora que abuela era una señora casada, todo cambiaba. Ya no me quedaba tanto con ella, así que cuando lo hacía eran los mejores wikenes del mundo. Me llevaban a Buchannan hacer compra los sábados, porque Angélico fue mayor del ejército. Después de hacer compra, me llevaban a Toyland, a comprar Barbies. Yo quería Hot Wheels, pero abuela no tranzaba. Si no eran Barbies, muñecas, pero nunca carritos. Eso era de mari-macha. También me llevaban a comer al Ballroom.
Abuela me hacía darle sobos con alcoholado en los tobillos, y me dejaba peinarla. También me hacía la corned beef más rica del mundo. Ella le ponía un poco de aceita al sartén, le echaba cebollitas y sofreía la carne. No le echaba salsa, ni papitas, ni vegetales. La carne pelá, con cebollitas. No suena apetecible, pero a mí me encantaba. Con arroz pegao’. Después que murió, nunca más he podido comer corned beef, ni haciéndola como ella.
Abuela me regaló de navidad una muñeca negra. Le pusimos Bizcochita. Abuela me dio un bofetón cuando yo tenía como 10 años, porque no me quería bañar, me quería quedar jugando con los nenes y los Hot Wheels que me había prestado. Me dijo que eso estaba feo, y yo le dije que no. Y que no me iba a bañar na’.  No se me olvida ese bofetón. 23 años después, sigo sobándome el cachete.
Abuela no quería que yo jugara con Mariví, porque jugábamos basketball y pensaba que “la hija del cubano” era mala influencia, sin entender que era yo. También cuando pasaba mucho tiempo que no la llamaba, cuando hablábamos me decía “Muchacha, tanto tiempo! Como te fue en tu viaje por el África?” Abuela era bold, loud y su sentido del humor era tan negro o más que el mío.
Abuela tuvo problemas con la rodilla. El sobrepeso fue devastador para ellas. La operaron, pero no pudo recuperarse bien. De ahí surgieron miles de complicaciones. El fin de semana que murió, yo me quedé en casa de una amiga porque había un party, y no pensaba que jamás la iba a volver a ver. Ese lunes me llamaron a casa, a decirme la noticia. Estaba sola. No sabía qué hacer. Lloré, sola, y bastante. Pude haberla ido a ver, pero el party pudo más. Durante todo el velatorio me mantuve fuera de la capilla, con la excusa de que estaba velando a los primos más pequeños. Pero simplemente no quería verla ahí. Cuando salimos al cementerio, internalicé que that was it, porque a mi primo Abel le dio un ataque, de lo que hoy entiendo que fue de pánico, y la realidad me dio. Que ya no la iba a ver más. Comencé a llorar. No paré hasta llegar al cementerio. No me bajé del carro. Nunca he ido a la tumba.

Después de unos meses, encontré un baúl en el cuarto de los tereques en casa. Le pregunté a mami que era. Las cosas de tu abuela. Las vamos a repartir en unas semanas. Esa tarde papi y mami salieron hacer cosas. Estaba sola. Era el momento de abrir el baúl y ver que había ahí. Encontré documentos, fotos, sus abanicos, prendedores, sortijas (incluyendo la que me había prometido. Su sortija de graduación. Era su orgullo, porque después de adulta había vuelto a la escuela y se había logrado graduar. Yo le había dicho toda la vida que quería esa sortija, y me dijo que no me la podía dar porque tenía los dedos tan gorditos, que la sortija no salía. Cuando entró al hospital rebajó mucho, y la sortija pudo ser liberada) y una cartera de guardar gafas. Abuela siempre tuvo gafas fabulosas. Me encantaba ponérmelas con los collares de perlas que tenía en el joyero en forma de pagoda que yo heredé. Abrí esa cartera de gafas, pero no había gafas. En cambio, había dos bollitos de papel de servilleta. Los abrí poco a poco, pensando que eran unas pantallas valiosas y que había que tratarlas con cuidado, o algo que requería cuidado por todas las capa de papel que lo envolvían. Cuando por fin llegué a la última servilleta, descubrí que no eran prendas, ni nada parecido. Era la caja de dientes de abuela. Di un grito salvaje del susto. No porque había encontrado una caja de dientes, sino porque nunca me pasó por la mente que abuela usara cajas. Nunca la vi quitarse la caja de dientes, ni ponérsela, ni lavarlas. Aunque si había visto las de Angélico. Esa fue la última broma que me gastó abuela, desde el más allá. 

Ya no recuerdo su voz, pero si sus chistes. De vez en cuando yo le digo a la gente, que se ven "de los mas 5 y 10", pero nadie entiende. 


Abuela y yo, una navidad en casa de tio Frank. 
Con sus collares, los espejuelotes y su sortija de graduación.
Aún conservo ese abrguito que tengo en la foto. Cuando lo veo, recuerdo a abuela.  

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