domingo, 10 de mayo de 2015

La niña sin nombre

Hace poco una amiga me preguntaba de donde habían sacado mi nombre, pues es un poco inusual. Todo el mundo piensa que tiene alguna correlación con el nombre de mi madre, que es María Luisa, pero no.  Mi nombre es de una fábrica. Si, de una fábrica de sabanas de bebé, y aquí les va la historia…

Asumo que era una noche de diciembre-enero para principios de los 80, mis papás no beben, así que no pude ser producto de una borrachera. Quizás la cuenta les salió mal, y nueves meses después llegué yo.

Siempre he pensado que fui una metida de pata por varias razones:

1-      Mi madre tenía 32 años cuando salí por el canal uterino gritando como demente, y papi tenía 39. Que en esta época eso no es nada. Es más, esa es la edad donde usualmente ahora la gente empieza a parir. Pero yo soy la tercera, y mis hermanos me llevan 13 y 9 años respectivamente.
2-      Yo estuve literalmente un mes sin nombre. Por eso es que aún hoy día, papi me presenta como la nena. Estaban tan readys esperando por mí, que no pudieron cuajar un nombre para cuando esta pichona saliera a conquistar corazones.
3-      Cuando yo llegué a la universidad, el College Fund ya se lo habían gastado mis hermanos, así que yo he tenido que sudarme la frente trabajando desde chamaquita para poder pagarme mis estudios. Y sí, me han tomado toda una vida, como diría Antonio Machín, pero me lo debo a mí. Trabajando el “turno del chillo” (este turnito es conocido usualmente por el nombre de “red eye” que es rompiendo noche. Asumo que no tengo que explicar por qué le dicen el turno del chillo), teniendo que darme de baja de clases, repitiéndolas, pero me he fajado yo solita, sin la ayuda económica de nadie.
4-      Mami ya no tenía paciencia para corre y corres.
5-      Muchos de mis juguetes, bicicletas, teresinas y demás, fueron heredado de mis hermanos. Que ya tenían 13 y 9 años de uso previo.

Mami siempre me ha dicho que ella anhelo tener una nena, para ponerle trajes, carteras y lazos. Para llevarla a las clases de ballet y modelaje. Para tener una aliada en la casa. Pero bendito, el tiro le salió por la culata. Yo detestaba los trajes y los pantyhose. No había dios griego o romano que me hiciera cargar una cartera y siempre me arranque los lazos y los sombreros. En ballet nunca di pies con bola. A pesar de tener tremendo swing, y bailar como un trompo, eso de hacer “plie” y “pasé relevé” no era mi fuerte. Tampoco quería hacer un split, yo literalmente pensaba que me iba a “split” por la mitad y me daba miedo. El modelaje fue un desastre. Yo era una salvaje. A mí me gustaba trepar palos y verjas. Correr como una demente en la escuela. Jugar pelota, baloncesto, al pillo/policía, rescate y demás. Me desesperaba que me trataran de enseñar que no debía sentarme en el piso (y lo sigo haciendo, y seguiré. A mí me gusta el piso, la grama), que tenía que cruzar o cerrar las piernas si usaba falda, y que una jovencita nunca se ríe duro. Yo soy “loud”. Un estruendo de alegría, excepto cuando me sacan de mis casillas. Ahí, ahí mejor usted dese la vuelta y déjeme tranquila, puede que le vaya mal. En fin, nunca fui o seré la “nena” que mami quería, y creo que luego de 33 años, ya ella se dio por vencida. Me da por incorregible, por violadora de leyes, por ser quién rompe la norma, tanto en casa como en la calle. Yo me le salí del molde, y ella no tuvo más remedio que aceptarlo, y a la malas.

Pero volvamos a la historia del nombre. Mami esperó con mucha ilusión a esta pichona que resultó ser todo lo que ella no quería: habladora, más inteligente que ella y papi juntos, lesbiana, que no cree en la religión organizada (“mama, tu no oras por las noches?” “no mami, yo no oro ni por la noche ni por el día. Yo de vez en cuando hablo con mi ángel, pero yo creo que él me pichea”. “mama, desde cuando tú no vas a la iglesia?” “mami, no voy a la iglesia desde la última vez que me viste en ella”), que no creo en muchas leyes/normas/reglas que impone la sociedad, y que vivo como a mi mejor me parece: respetando a los demás y respetándome a mí (si, a mí no me vengas a pedir respeto alguno, si tú no estás dispuesto a respetarme).  Y ella quería ponerme un nombre especial, algo que simbolizara toda esa ilusión que ella tenía para con ese feto que cada día crecía más y más. Que le daba mala barriga y la pateaba fuerte y constantemente (como queriendo decirle “I’m strong girl! No trates de domarme porque no vas a poder).

Mami se había decidido por varios nombres según ella, lo cual demuestra que no se había decidido nada porque cuando tú sabes el nombre que quieres para tu hijo/a, lo sabes desde que tiene 5 años y te dicen que eres nena y tienes que ser madre (yo no quiero hijos, al menos no tengo ese “baby fever” que muchas tienen. Pero si fuese a tener hijos, se llamará Sebastián Pascual, en honor a abuelito Pascual o si es una niña Aimeé Sofía, porque me da la gana).
Primero quería ponerme María Fernanda. Porque Ferdinand/Fernando son los nombres de la casa. Pero mi hermano Fernando le dijo que no, que Fernando era su nombre. Después pensó en Paula María o María Paula, porque todas las niñas se deben llamar María, en honor a la virgen (señalo que mami fue católica como 3 años, cuando era chamaquita. Después se fue a la iglesia Adventista, y después a la Presbiteriana, así que no hacía sentido eso de la virgen ante mis ojos). Pero le dio cosita porque decía que abuela Carmita se iba a molestar porque Paula era el nombre de mi abuela materna, y no sería justo. Así que estuvo ponderando y ponderando a ver qué nombre especial, para una metida de pata especial iba a usar.

Nací un 12 de septiembre de 1981, a las 6:40pm en el Hospital Pavía de Santurce, cuando Pavía era algo cachendoso, como González Padín (la tienda favorita de mami, por los siglos de los siglos amén. Nunca nada se podrá comparar con GP ante los ojos de mami). Según me cuenta, ella rompió fuente a eso de las 5:40pm. Papi la llevó corriendo al hospital, mejor dicho, volando. Porque ya vivíamos en Carolina, y la Baldorioty en esa época era una avenida llena de semáforos. Llegaron a las 6:00pm y rápido la pasaron a una sala donde estaban todas las mujeres a punto de parir. Mami me cuenta que fue al baño y que cuando se dio cuenta, ya mi cabeza estaba casi fuera. Cuando llamó a la enfermera a decírselo, las mujeres que estaban en esa sala comenzaron a gritar que “se le sale el bebé”. Rápido la metieron en la sala de parto y ella empezó a preguntar por Felo. Felo es mi papá, que estaba detrás de ella, pero como ella estaba kinda crazy with hormones and pain, le decía a la enfermera que llamara a Felo. La enfermera le decía que estaba ahí, detrás de ella. Pero ella insistía que no porque “es que él es blanco y este señor es negro”. Mi hermano, si usted ha visto a papi, sabe que él no es tan blanco ná. La tshirt que se pone debajo de la camisa es lo único blanco que tiene. Pujó dos veces y ahí salí yo. Quedándome con la sala parto y eventualmente con todo lo que pasará a mí alrededor. Me pusieron “Baby girl Torres-Vélez” en una tarjetita, y así me quedé un mes.

Cuando nací, fui la euforia familiar. Hacía años no nacía una nena en la familia. Antes de mí, viene mi prima Kathy, que estoy casi segura que me lleva unos 17-20 años (y si no es así, Kathy perdóname). Todos tenían que ver con el mucho pelo que tenía, lo chiquitita y rosadita que era la nena. Pero la nena no tenía nombre. Abuela Carmita quería que me pusieran Alika, porque era el nombre de un personaje de una novela rusa que estaba viendo, pero mami le dijo que no, que en la escuela me iba a decir Alicate. Abuelito Pascual llamaba todos los días con nombres nuevos. Todos de la realeza. Él era un avid fan de la Hola y todo lo monárquico “Ponle Sofía, como la reina de España y Grecia”. “O mejor, Carolina, como la princesa de Mónaco”. Mami seguía insistiendo que no, pero los días pasaban y yo seguía sin nombre. Un día en el pediatra estaba viendo una revista de esas de cómo ser mejores padres o algo así,  y vio algo que le llamó la atención: Sabanas de bebé, marca Lirza. Eran unas sabanitas de bebé con encajes, fabricadas en España. Luego de ver varias veces el nombre, dijo “Este es el que ‘e”. 30 días después de haber nacido, fue el registro demográfico a inscribir a la muchachita como Lyrsa María Torres Vélez, hija de doña María Luisa Vélez Orengo (que deseaba a la niña más bonita, inteligente y educada del mundo) y de Don Ferdinand Torres Morales (que solo quería que se decidieran por un nombre para no seguir llamándome “la nena”).

Nadie tiene mi nombre, de lo original que es. No hay tazas con mi nombre. No hay llaveros. Nada. Nadie sabe cómo pronunciarlo, siendo algo tan sencillo “como Lisa pero con una erre en el medio”. Menos escribirlo. Mi pobre abuela Carmita y abuela Monse nunca pudieron. Siempre fui Nilsa o Irsa. El único que siempre supo cómo era fue abuelito Pascual (igual, que si lo escribía mal, se lo perdonaba porque la tarjeta de cumpleaños, aunque estuviese mal escrita, siempre iba a tener un billete de 100 dentro). Abuelita Paulina siempre me dijo la nena. Incluso, el día antes de morir, me colaron a su cuarto en Pavía (yo tenía 10 años, y no podía subir a verla nunca) y abuela se levantó de momento, algo que no hacía en días y dijo “la nena”. Se sonrió, cerró los ojos y se acostó. Nunca más volvió a despertar. Lo último que vio fue a la nena.

Como dato final, mi madre me tiene una serie de apodos acorde con lo que esté pasando en el momento:

Lyrsa - cuando todo está normal, a pedir de boca
Lyrsa María Torres Vélez – para cuando está furiosa
Torres Vélez – cuando está bien bien furiosa
Mama – cuando quiere algo
Macuqui – cuando estoy enferma
Macuquita – si estoy bien bien enferma
Perla o Perlita de mami– cuando estoy de mal humor tirada en la cama haciendo nada (esto acompañado de un abrazo de oso y muchos besos que después me limpio)
La nena – cuando habla de mí con Papi
Mira *%&#(#$&% *#$&% @*$#$(# - cuando ha perdido la chaveta completamente, y yo también…

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