viernes, 15 de enero de 2016

Mi hermano Fernando

Cuando yo nací, mi hermano Fernando me llevaba 9 años. Según cuenta la leyenda, Fernando me dejó caer de la cama cuando era chiquita. Quizás pude haberlo soñado, pero mi cabeza es como rarita, tengo dos chichoncitos bien nice y pudiese explicar muchas cosas. Fernando siempre me estaba velando cuando yo era chiquita, tenía esa protección paternal conmigo que aún no se le quita.
A Fernando siempre le gustaron los animales, y su sueño era ser veterinario. Así fue como llegó Tuca a casa. Tuca era una perra sata que teníamos porque una tarde llegamos a casa y estaba en el balcón agolpiada. Mami le dijo que ella no quería animales en casa, que no la curara ni le diera comida. Pero Fernando no hizo caso. La curó, le dio comida, y la perra se quedó. Ha sido de las perras más decentes y leales, según mami, que hemos tenido en la casa. Que mucho la lloraron cuando murió.
Fernando era mi guardián en la escuela, así que recibía todas las quejas de mis maestras, para después pasar informe en casa. Cuenta que Tuti, la maestra de kínder, me entregaba todas las tardes a lágrima viva, y que él estaba en 7mo grado, y era bastante tedioso tener que bregar con la maestra llorando. Aparentemente, yo no era fácil. Todas las tardes, cuando salíamos de Sagrado, comenzábamos la peregrinación por Santurce para llegar a casa de abuela Paulina a esperar a papi. Allí me ponía hacer las asignaciones. No saben las horas de lucha que teníamos porque yo quería ver ALF, y él quería que me pusiera a estudiar de los Fenicios y Mesopotamia.

Fernando estaba en todos los clubes habidos y por haber de la escuela. Contrario a mí, todas las maestras lo adoraban. Siempre me sentía mal de que él estuviese en el cuadro de honor, en el Honor Society, y yo en el cuadro de horror, pero es que yo era un espíritu libre.

Fernando se fue a estudiar a Mayagüez a los 17, y yo vi el cielo abierto porque entonces me podía portar como me diera la gana y las maestras no iban a poder darle quejas a nadie. Pero fue peor, la información llegaba a casa por línea directa, así que hubo más bofetones y castigos. Ahora que lo pienso, quizás no pasaba la información completa en casa, y me libraba de penurias sin yo saberlo.
Cuando se fue a Mayagüez, comenzó a trabajar en el zoológico. Así fue cómo llegamos a tener un mono chimpancé los wikenes en casa. Cuento breve: El mono fue un gemelo, y su mamá no lo quiso a él, sino a su hermana, y los voluntarios del zoológico lo criaron entre ellos. A Manix, así se llamaba el mono, le teníamos y terror mami y yo. Y el mono lo sabía. Se pasaba todo el wikén corriéndonos por la casa y tirándonos a morder. Muchas veces mami se orinó del miedo corriendo para huirle. Uno de esos wikenes, el mono se fue corriendo detrás de mí. Pensé que si subía la verja iba a poder escapar de él. Pero mono al fin, se subió detrás de mí, y después yo no podía bajar. Yo empecé a gritar como demente, y Fernando vino a bajar al mono, que ya me había medio mordido un dedo en el jaleo de escaparle.

Después de Mayagüez, Fernando se fue a Colorado, y las visitas a casa fueron más esporádicas. Todo el mundo siempre me preguntaba por “tu hermano el veterinario”, y yo solo sabía que estaba “por allá fuera”. La comunicación se hizo más distante. Yo entré a la adolescencia, y fue terrible. Me la montaban tanto en la escuela. En el verano de 7mo a 8vo grado, Fernando vino de vacaciones. En san Vicente me molestaban mucho por la peluera en las piernas y el bigotito. Yo se lo conté a él, y que ahora volvía a Sagrado, y que entonces me la iban a montar más. Entonces fue a Walgreens y me compró un bleach y una crema depiladora. Llegué nueva a Sagrado. Siempre le agradecía eso, eran dos cosas por las que no podían bulliarme. Claro, después lo menos que pasó es que me bleache mechones en el pelo, y mami quería matarme.

Fernando siempre se molestaba porque en la escuela no salía bien. Era una estudiante promedio, y él decía que yo era lo suficientemente inteligente como para pasarle el rolo a Mariné y a todas las nenas del cuadro de honor, pero que no me daba la gana. Fui estudiante de maestras que le dieron clases, y siempre andaban con el cuento que debía ser más como Fernando. Así que en un momento de mi vida, Fernando fue el antagónico. Siempre andaban comparándome con él, y lo detestaba. Yo le decía a mami que es que él era su favorito. Pero todos los hijos siempre decimos que los papás quieren a un hijo más que el otro. Y es cierto, eso no me lo quita nadie de la cabeza.

Fernando me regalaba las tarjetas de cumpleaños más graciosas, y siempre llegaban acompañadas de algún cupón de comida de algún lugar que no había aquí.

Fernando me llevó a Italia. Yo no tenía idea de porque, pues realmente hubo un tiempo en que dejamos de hablarnos. Yo no sabía mucho de lo que él hacía, y no preguntaba. Él estaba allá afuera y esa era toda la referencia que daba cuando preguntaban por él. Pero me llamó un día y me dijo que íbamos a Italia, y que él me lo pagaba todo. Era una oportunidad única, así que le dije que sí. Pasé dos semanas maravillosas con Fernando. Fuimos a Nápoles, donde aprendimos sobre los prefix menus, de que no puedes pedir una pizza sopresa, porque viene con berenjena (que no cómo) y un pelo. Vimos las prostitutas competir por que tipo se las iba a llevar, las ruinas de Pompeya, y a los gitanos pidiendo dinero en el tren para “il bambino”. Después fuimos a Florencia, donde vi a El David de Miguel Ángel (que by the way, ese dude está súper grande!!), la Galería de Uffizi, el Duomo, la tumba de Maquiavelo, me dejó perderme un día por la ciudad, y terminé con un recorte de lo más nice, le compramos gafas pirateadas a los ilegales antes de que salieran corriendo, nos paseamos por el Ponte Vecchio y me levantaba 5 minutos antes de que se acabara el desayuno para que la que organizaba el comedor se molestara porque ya ella había limpiado. En Florencia compré mi bandera del arco iris gigante, con la palabra “Pace”, a escondidas, sin saber que mi hermano era el menos que me iba a juzgar por mi homosexualidad. Después fuimos a Perugia, una ciudad así estilo medieval. Fue mi lugar favorito de Italia, quizás por la historia, y porque en las calles, aún hay colgadores de personas de la época medieval, para enganchar a los pillos y violadores de la ley y que la gente los linchara. Y fuimos a Roma, donde nos acordamos mucho de las clases de Humanidades de Mrs. Ortiz, llegamos “too early” a cenar, probé lo que es una verdadera pasta carbonara y saltimboca alla romana, fuimos a la Capilla Sixtina, y a El Vaticano y tratamos de llamar a Benedicto XVI diciendo “Benny!!”, pero él nunca salió a vernos (creo que se olía que éramos budistas/metafísicos). Nos tiramos fotos bien chulas y graciosas. En Roma, caminado por el Arco di Tito, dos días antes de regresar cada uno a su casa, le dije que era lesbiana. Desde ese día, mi relación con Fernando mejoró. Creo que creamos nuevamente la complicidad que habíamos perdido.
Después de ese viaje, Fernando y yo comenzamos hablar más. Él estaba viviendo en Washington, y cada vez que me peleaba con mi ex de esa época, caía en su casa a pasar el coraje y el dolor. También cuando decidí volver a estudiar, me apoyó totalmente. Estaba tan orgulloso de que al fin hubiese encontrado mi camino educativo. Vino a mi graduación, y pasamos una semana magnifica junto a mi otro hermano Ferdinand.

Fernando es un foodie, y cada vez que nos vemos, nos vamos a comer y a beber. Siempre que voy a comer con él, la cena es memorable. Para la semana de mi graduación, la meta era encontrar el mejor Mojito del área metropolitana. Nos dimos bastantes, y todos estuvieron buenos, pero el de la Atlántica fue el mejor. Hands down.

Fernando me llama al menos una vez a la semana, para que le cuente de mis aventuras universitarias, o del trabajo, o de la vida. Siempre me deja unos voicemails espectaculares. Sus mensajes de texto no se quedan cortos. De vez en cuando me hace bromas que me creo. Hace unas semanas, después de contarle de mi historia con las cajas de dientes de abuela, me dijo que él había donado su médula ósea en Mayagüez, y que había donado sus dientes para poder sostenerse mientras estudiaba y por eso tenía cajas como abuela, y que no se notaban. Yo me quedé en shock. Yo no recordaba que en casa tuviéramos problemas económicos como para que el hiciera eso. No me atrevía preguntarle a mami, porque no sabía si me lo había dicho en confidencialidad. Pero a los días le pregunté. Mami me dijo que me la estaba montando, que a Fernando nunca le faltó nada en Mayagüez, y que si no me acordaba de eso. Yo lo llamé y le dije que yo estaba bien preocupada por sus dientes para nada, que era un payaso, pero muerta de la risa.

Fernando fue a verme a mi primera ponencia en un congreso. Eso me alivió mucho el miedo que tenía. Llegó temprano, me llevó de brunch, me imprimió la ponencia porque yo no tenía impresora y en el hotel me salí en casi $5 6 páginas. Tuvimos una seria conversación/orientación sobre mi futuro académico, sobre futuros planes de trabajo. Después nos llevó a las nenas y a mí a un mini tour del zoológico, a pasear por la ciudad y a comer en tremendo restaurante. Estuvimos horas riéndonos con las historias de nosotros y las de mis amigas. Ahí fue que descubrí lo terrible y zahorí que realmente era de pequeña.

Cuando llegué a Puerto Rico, me mandó un mensaje diciéndome que le había pasado muy bien conmigo y mis amigas. Que era el mejor grupo de amigas que me había conocido en toda la vida. Ellas también quedaron locas con él.


Hace poco fue que descubrí lo que realmente hace mi hermano Fernando como profesión. Yo siempre pensé que él era un agente de la CIA o el FBI. Cada vez que alguien me dice “Mi hermano es esto, y hace aquello”, yo les digo “Ajá? Pues mi hermano Fernando tiene un trabajo bien melaza. Tan melaza que no te voy a decir lo que es, porque es confidencial, y si te digo te tengo que matar”. Fernando y yo nos parecemos mucho, tanto que si nos tiran una foto de la nariz hacia arriba, no van a saber cual es cuál, excepto por las canas de él.

Aquí estamos frente a casa, cuando aún papi no lo ponía a virar cemento los fines de semana.

Esto claramente evidencia la distancia que hubo, un hermano que te quiere
no te deja tener ese hair-do jamás.

El día de mi graduación de la UNE, me llevo a la Placita a beber.
Yo terminé sentada en los Aguacates de Sila.